El asombro se hizo palabra

Este poemario pretende ser un botiquín de primeros auxilios contra el cansancio social y la fealdad.

Ligero y de fácil manejo, contiene poemas de rescate contra el «modo piloto automático» de vivir en la sociedad del antropoceno.

La condición indispensable para escribir es saber mirar, ser capaz de ver lo que todo el mundo ve y no se repara en contemplar.

Después, hay que elegir las palabras esmeradamente para emocionar, conmover, mostrar, enseñar, interrogar, recordar, recrear…

El autor tiene el don del asombro; es decir, la capacidad de mirar con ojos recién inaugurados.

Unas poesías con fuerte acento propio, capaz de saltar de poema al poema en prosa, al verso suelto. Y a pesar de esas variaciones estilísticas, de juegos de identidades y texturas, hay siempre una voz genuina: la atención. El asombro es una virtud, un acto de amor: se atiende lo que se ama.

En sus delicados, limpios y sencillos poemas hay una reivindicación del acceso universal al asombro si nos dejamos exponer a un modo de vivir consciente, atento y despierto.

El libro, desde el primer poema, está envuelto en una atmosfera, una lengua evocativa donde se tejen nodos territoriales y afectivos: la emergencia climática, la injusticia, el olvido y conviven en ese territorio de los lugares comunes por el que discurre la vida: la infancia, la naturaleza, el amor, la finitud, el paisaje, Aragón.

Todo sostenido por una voz cálida y delicada; poesía de kilómetro 0 que trata de explorar la realidad cotidiana, lejos de la obviedad y el ensimismamiento.

Finalmente, este libro es un elogio a la esperanza, a la belleza y a la bondad, a esa humanidad compartida de muchas mujeres y hombres que, desde lo anónimo, se esfuerzan por un mundo más justo, culto y libre.